El sentido autentico de las Sagradas Escrituras solo podemos conocerlo por la Iglesia, porque solo la Iglesia, no puede errar en su interpretación. Ya de la definición de la Sagrada Escritura ensenada por el Concilio Vaticano I, se desprende esta condición esencial de la interpretación de la Biblia, a saber, que únicamente la Iglesia, mediante su Magisterio, es el interprete autentico de la Sagrada Escritura. Por ello la Biblia no puede ser plenamente entendida por quien no tenga la fe cristiana. Ocurre ante la Biblia como ante la figura de Jesucristo: quien no tenga la fe, solo podrá ver en Jesus a un hombre interesante, extraordinario y singular. Pero con ello queda muy lejos de la verdad, ya que no entenderá a Jesucristo quien no crea que es el Hijo de Dios Encarnado, la segunda Persona de de la Santísima Trinidad, el único Salvador y Redentor de la Humanidad.
La Biblia, en su sentido profundo, no puede ser entendida por quien no crea en su divina inspiración en que tiene a Dios por autor principal. Este hecho es norma indispensable para una recta interpretación de la Biblia, no pudiendo ser sustituida por ninguna técnica humana: literaria, histórica, filosófica, etc. En cuanto que es un libro humano de notable antigüedad, se han de tener en cuenta las circunstancias históricas, el género literario, etc. como ocurre con cualquier documento antiguo.
La Biblia, en su sentido profundo, no puede ser entendida por quien no crea en su divina inspiración en que tiene a Dios por autor principal. Este hecho es norma indispensable para una recta interpretación de la Biblia, no pudiendo ser sustituida por ninguna técnica humana: literaria, histórica, filosófica, etc. En cuanto que es un libro humano de notable antigüedad, se han de tener en cuenta las circunstancias históricas, el género literario, etc. como ocurre con cualquier documento antiguo.
El Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 101-114) nos enseña los tres (3) criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró:
1. Prestar una gran atención "al contenido y a la unidad de toda la Escritura". En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua (cf. Lc 24, 25-27. 44-46). El corazón (cf. Sal 22,15) de Cristo designa la sagrada Escritura que hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías.
2. Leer la Escritura en "la Tradición viva de toda la Iglesia". Según un adagio de los Padres, "La Sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos". En efecto, la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la Escritura.
3. Estar atento "a la analogía de la fe" (cf. Rom 12,6). Por "analogía de la fe" entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.
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