viernes, 28 de septiembre de 2007

Carta de Sto. Tomas Moro a su hija


Aunque estoy bien convencido de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejare de confiar en su infinita bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo: las riquezas, las ganancias y la propia vida, antes de prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarme de la libertad (y, por cierto, que con esto solo su majestad me ha hecho un favor mas grande, por el provecho espiritual que por ello espero sacar para mi alma, que con todos aquellos honores y bienes que antes me había colmado). Por esto, espero confiadamente que la misma gracia divina continuara favoreciéndome, no permitiendo que el rey vaya mas allá, o bien dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con paciencia, con fortaleza y de bien grado. Esta mi paciencia, unida a los meritos de la dolorosa pasión del Señor (infinitamente superior en todos los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir), mitigara la pena que tenga que sufrir en el purgatoria y, gracias a la divina bondad, me conseguirá mas tarde un aumento de premio en el cielo.

No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por mas débil y frágil que me sienta. Mas aun, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a punto de ceder, me acordare de San pedro cuando, por su poca fe, empezaba a hundirse por un solo golpe de viento, y haré lo que el hizo. Gritare a Cristo: Señor, sálvame. Espero que entonces El, tendiéndome la mano, me sujetara y no dejara que me hunda.

Y si permitiera que mi semejanza con Pedro fuera aun mas allá, de tal modo que llegara a la caída total y a jurar y perjurar (lo que Dios, por su misericordia, aparte lejos de mi, y haga que una tal caída redunde mas bien en perjuicio que en provecho mío), aun en este caso espero que el Señor me dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la verdad y descargue así mi conciencia y soporte con fortaleza el castigo y la vergüenza de mi anterior negación.

Finalmente, mi querida Margarita, de lo que estoy cierto es de que Dios no me abandonara sin culpa mía. Por esto me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si a causa de mis pecados permite mi perdición, por lo menos su justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que su bondad clementísima, guardara fielmente mi alma y hará que sea su misericordia, mas que su justicia, lo que se ponga en mi de relieve.

Ten, pues, buen animo, hija mía, y no te preocupes por mi, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.

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