Las palabras que siguen son pronunciadas el día del compromiso de vida de un hermano en la comunidad de Taizé.
Hermano, ¿qué pides? La misericordia de Dios y la comunidad de mis hermanos. Que Dios lleve a término en ti lo que Él mismo ha comenzado.
Hermano que te confías a la misericordia de Dios, recuerda que Cristo, el Señor, viene en ayuda de tu débil fe y que, comprometiéndose contigo, realiza para ti la promesa:
No hay nadie, en verdad, que habiendo dejado todo a causa de Cristo y por el Evangelio, no reciba cien veces más, ahora en el tiempo presente, hermanos y hermanas y madres e hijos con persecuciones, y en el siglo venidero la vida eterna. Este es un camino contrario a toda lógica humana, pero no podrás avanzar en él más que por la fe y no por la visión, seguro siempre de que quien ha perdido su vida por Cristo, la volverá a encontrar.
Camina de ahora en adelante tras las huellas de Cristo. No te preocupes por el mañana. Busca primero el Reino de Dios y su justicia. Abandónate, entrégate, y será derramada en tu seno una medida repleta, apretada, desbordante.
Duermas o veles, de noche y de día, la semilla germina y crece sin que tú sepas cómo. Guárdate de desplegar tu justicia ante los otros para ser admirado. Que tu vida interior no te de un aire triste, como aquél que ostenta un rostro descompuesto para que los demás lo vean. Unge tu cabeza, lava tu cara a fin de que sólo tu Padre que ve en lo secreto conozca la intención de tu corazón.
Mantente en la sencillez y la alegría, la alegría de los misericordiosos, la alegría del amor fraterno.
Sé vigilante. Si debes reprender a un hermano, que sea a solas, él y tú. Ten la preocupación de la comunión humana con tu prójimo. Confíate. Has de saber que un hermano tiene el encargo de escucharte. Compréndele para que cumpla su ministerio con alegría. Cristo, el Señor, en la compasión y el amor que tiene por ti, te ha escogido para que seas en la Iglesia un signo del amor fraterno. Quiere que realices con tus hermanos la parábola de la comunidad.
Así, renunciando en lo sucesivo a mirar hacia atrás, y con el gozo de un infinito agradecimiento, no tengas nunca miedo de adelantarte a la aurora para alabar y bendecir y cantar a Cristo tu Señor. Recíbeme Señor y yo viviré, y que me alegre en mi espera.
Hermano, acuérdate de que es a Cristo a quien vas a responder ahora, al contestar a las llamadas que Él te dirige:
¿Quieres, por amor a Cristo, consagrarte a Él con todo tu ser?
¿Quieres realizar de ahora en adelante el servicio de Dios en nuestra comunidad, en comunión con tus hermanos?
¿Quieres, renunciando a toda propiedad, vivir con tus hermanos, no solamente en la comunidad de bienes espirituales, esforzándote en abrir tu corazón?
¿Quieres, a fin de estar más disponible para servir con tus hermanos y para entregarte totalmente al amor de Cristo, permanecer en el celibato?
¿Quieres, para que no seamos más que un corazón y un alma y para que nuestra unidad de servicio se realice plenamente, adoptar las opciones de comunidad expresadas por el prior, recordando que él no es más que un pobre servidor de comunión en la comunidad?
¿Quieres, reconociendo siempre a Cristo en tus hermanos, velar por ellos, en los buenos como en los malos días, en el sufrimiento como en la alegría?
En consecuencia por Cristo y por el Evangelio, tú eres desde ahora hermano de nuestra comunidad. Que este anillo sea el signo de nuestra fidelidad en el Señor.
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